viernes, 3 de marzo de 2017

COLEGIALES - Hernán Carreras


Buenos Aires es una ciudad encantadora que esconde secretos y misterios en cada uno de sus cien barrios. Si uno observa un mapa de la ciudad, va a registrar una cantidad pero si recorre la misma a pie, no le van a quedar dudas de esa cifra centenaria. Buenos Aires esconde monstruos, puertas a los siete infiernos de Dante, fantasmas y estaciones de subte olvidadas donde se pueden ver espectros que esperan un vagón que nunca llega, casas embrujadas y hasta alguna casona y castillo escondido con maldición y todo. Tal vez sus secretos mejor guardados sean sus calles, sus esquinas. Su carácter de vox populi las esconde a plena vista, con sus historias terrenales y del más allá. Las calles son las guardianes incorruptibles, infranqueables, de las historias. Una calle se eleva sobre todas las otras en su labor. Se encuentra en el barrio de Colegiales, a unos pasitos de Cabildo y Aguilar. Si agarra por está última hacía el lado de Las Heras, esta calle es la primera paralela a Cabildo. Si llega a Vuelta de Obligado, hágale caso a la calle y pegue la vuelta. Se pasó. Es un pasaje: una cuadra no muy larga y bien angosta. Para no equivocarse busque una vieja casona que domina el paisaje con sus rostros en los capilares de las columnas, pero haga lo que haga, por favor, no mire a los ojos de esos rostros o pasará a decorar la casa dejando libre a su captor y antiguo capturado. Si logra contener su curiosidad y camina por el adoquinado a mitad de cuadra, va a encontrarse con un limonero que señala una antiquísima casa de adobe que, pese a su aspecto, se mantiene en óptimas condiciones. Un gaucho todavía habita en ella y si se deja invitar unos mates, pelará una vihuela y le contará su historia, que tal vez ya conozca. Dos casas más allá, casi llegando a Palpa, encontrarán a una vieja mujer jorobada, que siempre está sentada en la puerta de su casa tomando mate sin importar la hora. No habla casi nunca. Nunca dice una palabra hasta que algún desprevenido se para frente a ella y le advierte que no la mire a los ojos, pero para ese entonces ya es demasiado tarde. La muerte, inevitable, se encontrará más cerca que antes de entrar a esa calle. Pero si logra no la mirarla a los ojos su vida se extenderá por décadas. Allí también encontrará un viejo bodegón atendido por una hermosa pareja dónde lo efímero se vuelve eterno y lo que nunca pudo ser, se vuelve real entre las tazas de su exquisito café. Por supuesto, la calle no tiene nombre y si la busca en los mapas no la va a encontrar. Pero ahí está, esperándolo. El secreto es ir por la zona sin pensar en esta calle, algo que no va a lograr luego de haber leído este texto. Al fin y al cabo hasta los guardianes necesitan ser cuidados.

domingo, 5 de febrero de 2017

VACACIONES - Hernán Dardes



La última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires, una astilla del clavo que supo atravesar sus empeines lo tuvo a maltraer con el detector de metales en Aeroparque. El carro celestial que su padre prometió que lo esperaría sobre Costanera no estuvo a tiempo y lo obligó a subirse a un taxi, cuyo conductor lo sometió a una prédica opuesta a sus enseñanzas, pese a llevar un calco suyo adherido al parabrisas.
            La última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires preguntó en la Secretaría de Turismo cuál era el templo de moda a la hora de ir a patear mercaderes, y lo pusieron al tanto de que la costumbre ahora era hacerlo frente a las terminales ferroviarias. Le prohibieron caminar sobres las aguas del Riachuelo, y tampoco pudo multiplicar sus peces, porque todos los múltiplos de cero, inevitablemente dan cero.
            La última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires aprovechó un 2x1 en sangre de su padre, durante un after mass en la zona de Palermo. Las hostias porteñas le resultaron desabridas, pero antes que nada, inútiles a la hora de absorber la salsa restante de su plato de fideos.
            La última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires intentó persuadir sin éxito a dos contendientes en una velada de boxeo, informándoles que si ambos se encomendaban a su padre antes de la pelea, las solicitudes se anularían, porque Él simplifica plegarias opuestas, usando la lógica de las ecuaciones matemáticas.

La última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires se divirtió intrigando a una gitana que no supo interpretar el hoyo que atravesaba la línea del corazón en su mano izquierda. Y si bien durante su visita al cementerio de la Recoleta se tentó, no resucitó a nadie. Cuando está de vacaciones, dice que no trabaja.